Pentecostés: un nuevo comienzo










Estos días el calendario nos ha recordado un acontecimiento que marcó el comienzo de una nueva era, hablamos de Pentecostés. Este evento, relatado en Hechos 2, marcó un antes y un después en el curso de la historia de la fe. Vamos a situarnos brevemente.

Según las instrucciones específicas de Jesús, los discípulos debían aguardar la venida del Espíritu Santo antes de invertirse en completar la gran comisión. Esto sucedió, precisamente, durante la celebración de aquella fiesta sagrada. Aquel día, mientras oraban, un gran estruendo se oyó de repente y la presencia del Espíritu se manifestó sobre los discípulos en forma de lenguas de fuego. Acto seguido salieron a las calles de Jerusalén, llenos del Espíritu Santo, testificando de forma milagrosa en varios idiomas que no conocían, pero que los peregrinos llegados de todos los rincones del mundo comprendieron a la perfección.

Vamos a analizar el significado Hechos 2:1-13 y de estos acontecimientos que marcaron el inicio de la historia de la iglesia. De paso, intentaremos aclarar algunos malentendidos que se han dado al respecto. Pero sobre todo veremos cómo lo aquí relatado debe impactar nuestras vidas.

Antes de adentrarnos en profundidad, déjame adelantarte cuál es, a mi entender, la premisa central que este texto nos transmite: El Espíritu Santo ha venido a morar en tu corazón para darte la capacidad de ser un fiel testigo del evangelio.


El derramamiento del Espíritu Santo


“1Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. 2Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; 3y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 4Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.”

(Hechos de los Apóstoles 2:1–4)



El día de Pentecostés.
Hay una escena de la película El Señor de los Anillos en la que Gandalf dice: “un mago no llega tarde, […] ni pronto, llega exactamente cuando se lo propone”. Estoy convencido que de podemos afirmar lo mismo de nuestro Señor. Él es todo un maestro en el uso de “los tiempos y las sazones” (Hch. 1:7). Cuando obra, no lo hace ni demasiado pronto ni demasiado tarde, más bien hace encajar los tiempos y los eventos a la perfección, como una jugada maestra en manos de un experto ajedrecista.

Los eventos centrales del evangelio están conectados con las festividades sagradas de Israel. De esta manera, Jesús murió durante la Pascua, cuando los israelitas sacrificaban un cordero conmemorando su liberación de Egipto. Al tercer día Cristo resucitó, coincidiendo la ofrenda de las primicias (Lev. 23:10–11), la cual consistía en una gavilla de cebada [1] con la que los israelitas expresaban su confianza en la futura provisión de Dios con la próxima cosecha. De ahí que Pablo afirme que la muerte Cristo fue nuestra pascua (1Cor. 5:7) y su resurrección fue primicias de los que durmieron (1Cor. 15:13).

Cincuenta días más tarde el calendario judío marca la fiesta de la cosecha, o lo que es lo mismo, Pentecostés. Judíos de muchos lugares acostumbraban a peregrinar a Jerusalén portando sus ofrendas, para agradecer a Dios por su provisión en la cosecha del trigo. Y precisamente ese día, y no otro, el Espíritu Santo descendió sobre los creyentes para llevar a cabo la primera gran cosecha de almas y dar comienzo a la iglesia. 

“Todos unánimes juntos”.
No pasemos por alto el detalle del autor al afirmar que estaban “todos unánimes juntos”. Esta curiosa expresión en griego nos traslada un matiz importante: todo el grupo de los discípulos de Jesús que había en aquel momento en Jerusalén, seguramente los 120 mencionados en el capítulo uno, estaban presentes, sin faltar ni uno. [2]

Probablemente se encontraban reunidos en un lugar al que los evangelios califican como el “aposento alto”. Se trataba de una casa espaciosa en Jerusalén, cerca del templo, donde los anfitriones solían hospedar a Jesús y sus seguidores (Mar. 14:15; Luc. 22:12; Hech. 1:13). Lo más seguro es que se encontraran orando, como hacían a menudo, siguiendo las instrucciones de Jesús…



“4Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. 5Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.”

(Hechos de los Apóstoles 1:4–5) 


El Señor les había ordenado específicamente que debían esperar el cumplimiento de la promesa del derramamiento del Espíritu Santo antes de invertirse en la tarea de llevar el testimonio de la cruz por todo el mundo.

Lo cierto es que nuestros primeros hermanos en la fe no eran perfectos, ni mucho menos. Pero sin duda haríamos bien en mirarnos en el espejo de la sencillez, entrega y compromiso de estas personas. Alguien dijo que el verdadero termómetro de una iglesia no consiste en cuanta gente asiste los domingos, sino en cuantos acuden fielmente al culto de oración. Probablemente haya mucha razón en tal afirmación. Ninguno escurrió aquel día la reunión de oración; y cuando la iglesia persevera unida en oración, suceden cosas. 

Viento y fuego.
Si alguna vez has sido testigo de cómo un avión militar rompe la barrera del sonido, te habrás percatado del gran revuelo que suele provocar a su paso. En cuestión de segundos decenas de personas salen a las calles o se asoman a las ventanas para averiguar qué ha podido generar tal estruendo. Algo similar debió vivirse aquel día de Pentecostés en Jerusalén, a finales de mayo del año 30 d.C.

Según el texto se produjo una manifestación visible y audible, que subrayaba la magnitud del gran acontecimiento que acababa de suceder en el plano espiritual. Consistió en un estruendo como de fuerte viento y lenguas de fuego (en el sentido de una llama alargada) que se posaron sobre cada uno de los discípulos. Esto es lo que en teología se conoce como una teofanía y su intención fue llamar la atención de los judíos que habitaban en Jerusalén aquellos días.

Todo israelita de a pie había oído desde niño las viejas historias del Antiguo Testamento en las que la presencia de Dios (que ellos llamaban la shekinah) se había manifestado también mediante el fuego y el estruendo: la zarza ardiente (Ex.3:2), la columna de nube y fuego durante la peregrinación en el desierto (Ex.13:21) o los truenos y el humo sobre el monte Sinaí (Ex.19:16). Pero hay un episodio especialmente interesante que aconteció cuando Salomón terminó de construir el templo de Jerusalén y organizó una ceremonia de dedicación…



“1Cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos, y consumió el holocausto y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la casa. 2Y no podían entrar los sacerdotes en la casa de Jehová, porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová. 3Cuando vieron todos los hijos de Israel descender el fuego y la gloria de Jehová sobre la casa, se postraron sobre sus rostros en el pavimento y adoraron, y alabaron a Jehová, diciendo: Porque él es bueno, y su misericordia es para siempre.”

(2º Crónicas 7:1–3)



Dios estaba transmitiendo un claro mensaje al rey, los sacerdotes y al resto del pueblo: la presencia de Jehová está en esta casa. Estoy convencido de que los judíos que presenciaron el fenómeno de Pentecostés no tardaron en identificar lo que estaba sucediendo: la shekinah había vuelto a manifestarse en Israel. Pero esta vez lo había hecho no sobre un edificio, sino sobre los seguidores del crucificado. El mensaje divino resonaba alto y claro: mi presencia está en estas personas.

Querido amigo, esto viene a confirmar algo que el Nuevo Testamento nos enseña de diversas maneras: ahora el templo eres tú. Presta atención a las palabras de Pablo…



“19¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?20Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.”

(1 Corintios 6:19–20)




¿Recuerdas cómo los israelitas debían tener sumo cuidado con la manera en que trataban los utensilios y enseres del templo? La consagración de estos objetos para el servicio de Dios hacía sumamente importante que no fuesen manejados por cualquiera, ni empleados en ningún tipo de uso banal. Única y exclusivamente debían utilizarse para servir al Señor. Esa es la misma clase de santidad, de consagración y dedicación que ahora se espera de nosotros.

En palabras de Pablo, somos templo de Dios, comprados por precio y no nos pertenecemos. Por lo tanto procuremos glorificar a Dios en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos y cómo lo decimos, en lo que pensamos, en cómo tratamos a los demás, en cómo invertimos el tiempo libre. Que todo lo que hagamos Sea para la gloria de Dios (1Cor.10:31).
Llenos del Espíritu

Nuestro pasaje afirma que inmediatamente todos los allí presentes fueron “llenos del Espíritu Santo”. De nuevo, hay un matiz importante a tener en cuenta. Según los eruditos, la construcción gramatical de esta frase indica que la venida del Espíritu fue un evento permanente y definitivo. [3]

Como bien había anticipado el profeta Joel, este acontecimiento supuso un gran cambio con respecto a los tiempos del antiguo pacto…



“28Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.29Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.”

(Joel 2:28–29)




En los tiempos del Antiguo Testamento, el Espíritu Santo venía excepcionalmente sobre algunas personas concretas (profetas, reyes, líderes…) para ayudarles a desarrollar algún ministerio importante. No obstante, bajo la cobertura del nuevo pacto establecido por la muerte de Jesús en la cruz, ahora todo creyente puede disfrutar de la presencia y el compañerismo del Espíritu de Dios morando permanentemente en su vida.

El Espíritu nos ha traído grandes bendiciones: nos ha convencido de nuestra condición pecadora (Jn.16:8), nos ha regenerado (Tit.3:5), nos ha bautizado uniéndonos a Cristo (1Cor.12:13). Además, nos ha sellado como posesión suya (Ef. 1:13), nos confirma como hijos de Dios (Rom.8:16; Gal. 4:6), nos capacita con sus dones (1Cor.12), nos ilumina (1Cor. 2:13), nos santifica (2Cor. 3:18; Gál. 5:22; 2Tes. 2:13), intercede por nosotros (Rm. 8:26) y nos resucitará en el día postrero (Rom. 8:11).

Pero no todo son privilegios, también hay responsabilidades. Hay ciertas disciplinas respecto a nuestra relación con el Espíritu Santo que debemos aprender a cultivar. Según la palabra de Dios, debemos caminar en el Espíritu (Rom.8:1; Gal. 5:16), orar en el Espíritu (Ef. 6:18), tenemos que guardar su unidad (Ef.4:3) y procurar llenarnos de Él (Ef. 5:18). Por el contrario, no debemos apagarlo (1Tes. 5:19) ni contristarlo con malas acciones o con actitudes negativas (Ef. 4:30; Heb. 10:29).

En definitiva, hay un componente de esfuerzo que se espera de nuestra parte. Probablemente esto va a implicar decisiones más o menos dolorosas, sacrificios, cambios en algunos hábitos, ajustes en cuanto a la gestión de tu tiempo… Quizá tú ya sabes lo que el Señor está demandando de ti y no es casualidad lo que estás leyendo en este momento. A lo mejor hay un hábito oculto que está contristando al Espíritu y estorbando tu comunión con Dios. Quizá sea un hobby, o alguna relación que no te conviene. O puede que se trate de alguna disciplina espiritual que aún te falte por desarrollar: leer más la Biblia, orar, servir en la iglesia, quizá invertir un poco más de tiempo en un estudio bíblico y un poco menos en Netflix… ¿Quién sabe? Eso queda en el terreno de tu intimidad con Dios.

Nuestro pasaje además afirma que inmediatamente los creyentes allí congregados “comenzaron a hablar en otras lenguas”. Para desarrollar este asunto un poco mejor, vamos a leer el resto del pasaje.


El impacto en las multitudes


“5Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. 6Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. 7Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? 8¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? 9Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, 10en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, 11cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. 12Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? 13Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto.”

(Hechos de los Apóstoles 2:5–13) 


Pentecostés vs. Babel

No son pocos los comentaristas que comparan el relato de Pentecostés con Génesis 11, donde encontramos la confusión de los idiomas en Babel. En cierto sentido, Hechos 2 podría considerarse el reverso de esta otra historia. En aquel acontecimiento ancestral, los idiomas fueron una forma de juicio divino para esparcir sobre la tierra a aquellos hombres que con arrogancia pretendían abrogarse gloria y renombre. En cambio, en Pentecostés los idiomas fueron un vehículo para esparcir la buena nueva de salvación por todas las naciones allí representadas. Aquel día, las barreras lingüísticas que un día fueron establecidas por juicio cayeron por el poder del Espíritu Santo, como las mismísimas murallas de Jericó.

En los tiempos en que Lucas escribió el libro de Hechos se pensaba popularmente que en el mundo había un total de 70 naciones. Esta descripción que incluye el autor de hasta 17 lugares y grupos étnicos pretende ser, en cierto sentido, un anticipo de cómo el evangelio aspiraba a alcanzar todas las naciones del mundo. Por cierto, si unimos toda la información en un mapa, Lucas ha dibujado con sus palabras un radio de unos 4.000 km. alrededor de Jerusalén.

Además del revuelo producido por el estruendo y la manifestación del fuego, se añadía la sorpresa de ver a aquella gente humilde, proveniente de un lugar de bajo estrato social como era Galilea (probablemente su acento les delataba, véase Mt.26:73), hablando con fluidez tantos idiomas diferentes. ¿Qué significaba todo aquello?

Como veremos, hubo diversidad de reacciones por parte de la multitud. Pero antes, déjame hacer un par de aclaraciones necesarias.

Dos malentendidos comunes sobre Pentecostés.
No sólo el relato de Pentecostés, también otros muchos acontecimientos recogidos en el libro de Hechos han sido objeto de confusión e interpretaciones desacertadas. Esto ha sucedido básicamente por perder de vista que todo lo acontecido en aquellos años se enmarca en un contexto histórico único e irrepetible. Insisto: único e irrepetible.

Estos treinta años sobre el comienzo del cristianismo que Lucas documentó en el segundo tomo de su obra suponen un momento muy particular en la historia de la salvación: es el tiempo de transición entre el antiguo y el nuevo pacto. Si perdemos de vista esta clave interpretativa, corremos el peligro de pensar que todo lo descrito en Hechos es reproducible hoy en día. Pero esto no puede ser por los siguientes motivos. En los tiempos de Hechos…

· Los Apóstoles, testigos directos de la vida y obra de Jesús, depositarios de su enseñanza y autoridad, aún seguían con vida.

· La iglesia no disponía de Biblias completas, sólo de los contenidos escritos del Antiguo Testamento y de las enseñanzas orales acerca de Jesús. Por tanto, la imperante necesidad de revelación tenía que ser suplida por otras vías, como los dones espirituales de revelación (1Cor.12:4–11).

· En este periodo el Espíritu Santo está llegando por primera vez a diferentes grupos de forma escalonada, dando así tiempo suficiente a los Apóstoles para presenciar y certificar la autenticidad de estas conversiones (Hch.2:1–4; 8:14–17;10:44–46; 19:1–6).

Las características únicas e irrepetibles de este periodo hacen que el libro de Hechos no sea una base sólida sobre la que asentar bases doctrinales normativas por hoy en día. Esto debería más bien hacerse sobre otro tipo de textos más claros, como las epístolas. Sin embargo, ignorando esta realidad, algunas personas han pretendido ver en Hechos 2 un relato sobre cómo funciona el bautismo del Espíritu Santo y el ejercicio del don de lenguas. De esta manera interpretan que todo creyente, aún habiendo creído en el evangelio, debe aguardar en ferviente oración el bautismo del Espíritu Santo como un acontecimiento posterior a su conversión.

No obstante, un estudio profundo de los textos principales que abordan este tema demuestra que el bautismo del Espíritu Santo acontece a todo creyente en el momento mismo de su conversión, y que es imposible que cualquier persona, habiendo creído en el evangelio y nacido de nuevo, no haya sido aún bautizada en el Espíritu. Uno de los pasajes más claros es…



“13Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.”

(1 Corintios 12:13)




De la misma manera, sería un error pretender extraer una lectura del don de lenguas en Hechos 2. Aunque el evento guarda cierta relación en la medida en que el Espíritu Santo dio a estas personas la habilidad de hablar un idioma que desconocían, existen ciertas diferencias fundamentales entre este fenómeno y el don descrito en las epístolas de Pablo (principalmente en 1 Corintios)…

· Mientras que en Pentecostés participaron del fenómeno todos los allí presentes, Pablo insiste en que el don de lenguas es sólo para algunos (1Cor.12:28–31).

· En Pentecostés, el mensaje fue dirigido a los incrédulos judíos que habitaban en Jerusalén. Sin embargo, el don de lenguas consiste fundamentalmente en dirigirse a Dios, para edificación personal y de los hermanos en la fe. (1Cor.14:27–28)

· La diferencia más llamativa consiste en cómo la gente de pie, incrédulos judíos, pudieron comprender lo que se estaba proclamando en diferentes idiomas; mientras que el don de lenguas precisa de un intérprete para poder transmitir un mensaje inteligible (1Cor.14:26–28).


Por tanto, dejando aparte la cuestión de si el don de lenguas continúa vigente o no, debemos concluir que lo relatado en Hechos 2 consistió en un fenómeno único, un milagro inaugural cuyo objetivo fue marcar el comienzo de la iglesia.

Reacciones de la multitud.
Nuestro texto concluye retratando las diferentes reacciones y actitudes por parte de la multitud. Unos se inquietaban, otros se preguntaban por el significado de aquello y también había algunos que se burlaban.

Esto es algo para lo que todos los seguidores de Jesús debemos estar preparados. Como ya nos anticipó el Señor en la parábola del sembrador (Mat.13:1–23), en nuestro empeño por testificar a otros vamos a encontrar todo un abanico de reacciones. Algunos mostrarán indiferencia, otros algo de curiosidad superficial. Habrá quien se oponga a nosotros abiertamente, pero también algunos serán como la buena tierra, listos para recibir la semilla y dar fruto de fe.

En cualquier caso, no estamos solos. El Espíritu Santo ha sido derramado en nuestras vidas, y ha venido para quedarse.


Conclusión.

El relato de Pentecostés en Hechos 2 nos describe un acontecimiento de grandes proporciones, no tanto por lo estruendoso del sonido huracanado o por lo vistoso del fuego, sino por el hecho de que Dios mismo por medio de su Santo Espíritu descendiese al corazón de los creyentes para hacer morada permanente en ellos. Esto marcó el comienzo de una era, el comienzo de la iglesia.

Tal como hemos leído, llenos del Espíritu y empoderados en Él, nuestros primeros hermanos salieron a las calles para hablar del evangelio a los suyos. ¿Cómo explicar un cambio tan drástico en aquellas personas? ¿Qué hace que un grupo de creyentes amedrentados por la amenaza de las autoridades y guarecidos en un lugar cerrado de repente se lance a la calle para testificar del evangelio? La respuesta es obvia: la presencia del Espíritu de Dios en nuestros corazones lo cambia todo.

Querido lector, déjame decirte que no estás sólo, Dios no te ha dejado huérfano (Jn.14:18). Él está contigo, Él vive en ti. Y este es un privilegio que muchos en el pasado no pudieron disfrutar. Sin embargo, ahora la muerte de Jesucristo en la cruz ha hecho posible esta reconciliación y unión espiritual con Dios.

Si por algún motivo aún no has tomado la decisión de abrazar este evangelio, yo quiero brindarte esta oportunidad. Dios te está invitando en este mismo instante a dejar de darle la espalda. No importa cómo hayas vivido hasta ahora, no hay nada que Él no pueda redimir, ni herida que no pueda sanar. Pídele perdón por tus pecados y recibe la nueva vida que Él te ofrece hoy.

Si ya has tomado esta decisión, ¡enhorabuena! El Espíritu Santo ya está en ti. Gracias a su morada en tu vida podrás convertirte en el testigo del evangelio fiel y perseverante que él quiere hacer de ti. Recuerda, su presencia está contigo donde quiera que vayas. Aprende a cultivar tu relación con el Espíritu de Dios, aprende a depender de Él en cada momento. Si me admites una sugerencia más, retrocede al apartado donde te hablaba de las nuevas responsabilidades adquiridas hacia nuestra relación con el Espíritu Santo y repasa los versículos bíblicos que he referenciado allí. Bienvenido al resto de tu vida.


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Notas.

[1] La cebada es el primer cereal en madurar en el calendario agrícola.

[2] James Hope Moulton y George Milligan, The vocabulary of the Greek Testament (London: Hodder and Stoughton, 1930), 450.

[3] Kistemaker, Simon J. Comentario al Nuevo Testamento: Hechos. (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2007), 81.