INTRODUCCIÓN
En esta ocasión acercamos a un texto muy conocido. Se trata de la famosa exhortación que hace el apóstol Pablo a los efesios, haciendo referencia a la llenura del Espíritu Santo…
“18Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu, 19hablando entre vosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con vuestro corazón al Señor; 20dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre; 21sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo.”
(Efesios 5:18–21)
Para situar el pasaje en su debido contexto, necesitamos hablar un poco sobre la Epístola de Pablo a los Efesios.
Situémonos por un momento en el mundo del siglo I. El Imperio Romano se encuentra en pleno apogeo, domina toda la cuenca del mediterráneo y sus territorios aledaños. En todos los territorios que ha conquistado, no sólo ha impuesto su gobierno, sino que además ha procurado implementar su cultura y estilo de vida, los cuales se caracterizan por el paganismo.
El paganismo del siglo I era un tipo de politeísmo que se caracterizaba por la convicción de que existían múltiples deidades que intervenían en todos los asuntos de la vida cotidiana: las cosechas, la fertilidad, la guerra… Y para satisfacer a estas deidades había que observar una serie de rituales que, en la mayoría de los casos, incluían prácticas licenciosas.
Así se vivía en Éfeso, la gran capital situada al oeste de la provincia romana de Asia Menor (actual Turquía). Su importancia era tal que rivalizaba con otras grandes capitales del imperio como Alejandría o la mismísima Roma. El apóstol Pablo decidió quedarse en Éfeso más dos años durante su tercer viaje misionero.
Tal como leemos en Hechos 19, Pablo desarrolló un ministerio muy fructífero entre los “gentiles” de Éfeso (tal como la Biblia llamaba a aquellas gentes de trasfondo grecorromano). Aquellos dos años hubo tantas conversiones que ciertos aspectos de la vida cotidiana de la ciudad se vieron afectados, como el negocio de los libros de magia o el de las estatuillas de plata que representaban el templo de la diosa Diana.
La confrontación fue tan grave que el ministerio de Pablo en aquella ciudad tuvo un final abrupto, según leemos en Hechos 20. No obstante, sí que mantuvo el contacto con ellos posteriormente por medio de otros colaboradores, y por medio de esta carta que les escribió desde su encarcelamiento en Roma.
¿Qué circunstancias llevaron a Pablo a escribir esta carta? Las iglesias que Pablo había plantado durante sus viajes misioneros comenzaban a atravesar ciertas problemáticas de no poca seriedad, y la de Éfeso no era ninguna excepción. Por una parte estaba la influencia negativa que la sociedad que les rodeaba ejercía sobre los nuevos creyentes de trasfondo gentil. Muchos de ellos, aún muy jóvenes en la fe, no terminaban de comprender que debían romper con esas prácticas que habían guardado en su anterior vida pagana.
Por otra parte, nuevas ideas heréticas (como la abstención de alimentos o la prohibición de casarse) estaban floreciendo e introduciéndose en las iglesias (1 Ti. 1:3–4; 4:1–3).
De ahí que Pablo les escriba para ayudarles a comprender el evangelio y la gracia de Cristo en su plenitud, y para animarles a avanzar en su fe y su crecimiento espiritual. Les exhorta a una mayor unidad, a un mayor conocimiento del amor de Cristo, a una mayor santidad, hasta llegar a ser un “varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13).
La carta a los Efesios tiene dos partes muy bien diferenciadas. La primera parte (1:3–3:21), más bien doctrinal, expone las grandes bendiciones que les ha otorgado la gracia de Cristo: Él les dio vida cuando estaban muertos, los acercó cuando estaban lejos, les trajo reconciliación habiendo vivido separados.
La segunda parte de la epístola (4:1–6:20) es más bien ética, expone el comportamiento y las actitudes que Pablo espera ver en aquellos creyentes.
Un buen versículo lema de Efesios podría ser el siguiente…
“8Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9no por obras, para que nadie se gloríe. 10Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”
(Efesios 2:8–10)
Este texto en realidad resume a la perfección la esencia de la epístola, ya que por un lado articula la gracia de Dios manifestado en Cristo, y por otro la responsabilidad del creyente de invertirse en las buenas obras que Dios le tiene preparadas.
Nuestro pasaje
Nuestro texto se encuentra enmarcado en la segunda parte de la epístola, en la parte más práctica.
Desde el capítulo 4 en adelante, Pablo empieza a jugar con un contraste: la diferencia entre ellos, los creyentes de Éfeso, y el resto de los gentiles. Observa cómo va introduciendo esta contraposición de varias maneras…
“17Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente,18teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón;19los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza.”
(Efesios 4:17–19)
Los efesios debían romper con sus antiguos vicios paganos y diferenciarse de sus conciudadanos, ya que habían conocido la gracia de Cristo, habían sido salvados y sellados por el Espíritu de Dios.
El apóstol insiste más adelante…
“7No seáis, pues, partícipes con ellos. 8Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz 9(porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), 10comprobando lo que es agradable al Señor. 11Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; 12porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto.”
(Efesios 5:7–12)
En palabras de Pablo, los demás gentiles eran incrédulos, aún vivían en la vanidad de su mente, en ignorancia y dureza de corazón; eran esclavos de sus propios instintos. Los creyentes de Éfeso, en cambio, debían caminar como hijos de luz, agradando al Señor y dando fruto por medio del Espíritu.
Este este juego de contrastes nos conduce hasta nuestro pasaje…
“18Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu, 19hablando entre vosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con vuestro corazón al Señor; 20dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre; 21sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo.”
(Efesios 5:18–21)
En este texto el apóstol vuelve a contraponer dos actitudes: embriagarse con vino o llenarse del Espíritu de Dios. Los efesios debían procurar su llenura y además les explica cómo hacerlo.
Vamos a adentrarnos en profundidad en el significado de estos tres versículos, pero antes déjame anticipar cuál es la premisa central que el texto nos deja en su conjunto: esfuérzate por permanecer dentro de la esfera de influencia del Espíritu Santo.
“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución”
Es posible que ante esta exhortación más de uno se pregunte: ¿es lícito para un creyente beber alcohol?Ciertamente en muchas culturas esta cuestión se contesta con un «NO» rotundo y tajante. Esto es común, por ejemplo, en varios países de Latinoamérica o entre ciertos grupos conservadores de EE.UU.
No obstante, no son pocos los que defienden la opinión contraria, especialmente aquellas culturas que son más cercanas a la del texto, como España u otros países mediterráneos. Al fin y al cabo, en muchos pasajes de la Biblia se observa un uso habitual y justificado del vino, como en la celebración de la Santa Cena (1Cor.11:20–22) o la recomendación de Pablo a Timoteo de beber un poco de vino como remedio casero para ciertos problemas de salud (1Tim.5:23).
¿Quién tiene razón, entonces? ¿Es lícito o no para el creyente beber alcohol? Ciertamente nuestro texto no prohíbe beber vino, sino embriagarse con vino. Es decir, no es cuestión del uso sino del abuso. Eso es lo que la Biblia condena claramente en textos como Proverbios 23:29–35.
Sin embargo, no seamos demasiado rápidos en ir a descorchar la botella, ya que Pablo mismo se pronuncia en cuanto a este tipo de dilemas…
“12Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.”
(1 Corintios 6:12)
“23Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica.”
(1 Corintios 10:23)
En efecto, tomar un poco de vino puede ser lícito y no tener nada de reprobable, pero no siempre conviene. Es más, me atrevo a decir que, en determinadas circunstancias, no es correcto tomar una sola gota. Por ejemplo, hay afecciones de salud en las que no es en absoluto recomendable.
Por otra parte, si continuásemos observando el desarrollo de la argumentación de Pablo en 1 Corintios 10, nos daríamos cuenta de que hay un valor cristiano que incluso supera en importancia al de la libertad que tenemos en Cristo: el amor a mi hermano. Si verme tomar vino va a suponer un problema de conciencia para mi hermano en la fe, o una piedra de tropiezo, entonces debo abstenerme de hacerlo por amor a él. No se trata de si es pecado o no, o de si tengo derecho, o libertad de hacerlo. El amor es más importante. Sin él, todo lo demás carece de sentido (1Cor.13).
Pero además hay otra razón para tener mucho cuidado con el alcohol. Según nuestro pasaje, en ello hay ἀσωτία [asotia]: desenfreno, libertinaje, disolución. Es la misma expresión que emplea Pedro en esta exhortación…
“3Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías. 4A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; 5pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos.”
(1 Pedro 4:3–5)
No seamos ingenuos, el alcohol conlleva un peligro intrínseco: que puede ser el detonante de un pecado grave. Es fácil recopilar historias de locuras y excesos, por no hablar de abusos o crímenes, cometidos bajo la influencia del alcohol. No hace mucho saltó la noticia a los medios de comunicación de un atropello masivo en California, a las puertas de un club de copas. El dato no tardó en difundirse: el conductor se encontraba bajo los efectos del alcohol.
No obstante, no está en nuestro ánimo condenar, ni mucho menos. En un contexto como el nuestro, en el que beber hasta el exceso es algo tan aceptado y practicado, lo primero sería plantearse la pregunta: ¿por qué la gente bebe hasta emborracharse? ¿Por qué fuman o buscan el estímulo de otras sustancias?
Un motivo podría ser el espiritual. En aquella sociedad del siglo I era habitual buscar el éxtasis por medio del alcohol y otras prácticas para invocar a sus ídolos. Este tipo de movimientos, que mezclan la espiritualidad con sustancias, se ha dado también en otras épocas, inclusive la actual.
Pero quizá una respuesta más llana, cercana y sincera la podemos encontrar en un reflejo de nuestra propia cultura. Tal como cantaba el grupo MANÁ…
Aquí me tiene bien clavado
Soltando las penas en un bar
Brindando por su amor
Aquí me tiene abandonado
Bebiendo tequila pa' olvidar
Y sacudirme así el dolor
(Clavado en un bar - Maná)
A menudo el motivo latente que hay detrás de este tipo de conductas no es otro que el dolor, la soledad, o quizá el miedo a padecerla, un desengaño, una pérdida, un fracaso, una gran frustración o una ausencia total de sentido y propósito en la vida.
Amigo, si por casualidad ésta es tu situación, no estoy aquí para señalarte. Ninguno de los aquí presentes somos mejores que tú. Todos tenemos historias de dolor, de miedo, de ansiedad, de pérdida, de desesperación… y créeme, yo sé que la vida produce sed. ¿Pero sabes una cosa? Jesús conoce tu sed. Él sabe muy bien lo que es el rechazo, la soledad, la frustración, el hastío, el dolor. Él conoce la sed de tu corazón.
“37En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. 38El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.39Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él […].”
(Juan 7:37–39)
El mundo sólo puede ofrecerte placeres momentáneos, quizá una efímera noche de placeres, para luego despertarte por la mañana con la cabeza a punto de estallar y el corazón preñado de un vacío insoportable.
Pero Jesús te ofrece hoy un camino diferente: “si alguno tiene sed, venga a mí y beba”. Cree en Cristo y prueba el verdadero gozo del corazón, lo que es encontrar verdadero sentido y propósito a la vida. Sólo así encontrarás verdadera dicha, gozo y alegría en lo más profundo de tu alma, por medio de la reconciliación que Jesús te ofrece hoy. Su muerte en la cruz lo hizo posible.
Ya basta de vino, alcohol, drogas, adicciones, posesiones o aficiones que nunca podrán calmar tu sed. Prueba la fuente de vida eterna que Jesús te brinda hoy.
Por eso, prosigue nuestro texto, diciendo…
“Sed llenos del Espíritu”
La Biblia nos enseña ampliamente que el Espíritu Santo es Dios, la tercera persona de la Trinidad que cohabita con el Padre y con el Hijo en una perfecta y armoniosa relación de amor eterno.
Según leemos, hay múltiples acciones y ministerios que el Espíritu Santo lleva a cabo en nuestras vidas por pura gracia. Según las Escrituras, el Espíritu de Dios nos ha convencido de nuestra condición (Jn.16:8), nos ha regenerado (Tit.3:5), nos ha bautizado uniéndonos a Cristo (1Cor.12:13), nos ha sellado (Ef. 1:13), nos ha confirmado como hijos de Dios (Rom.8:16; Gal. 4:6), nos capacita (1Cor.12), nos ilumina (1Cor. 2:13), además intercede por nosotros (Rm. 8:26)… y nada de eso, por increíble que parezca, depende de nosotros.
No obstante, los creyentes tenemos ciertas responsabilidades específicas respecto a la presencia del Espíritu Santo en nosotros. La Biblia nos insta a caminar en el Espíritu (Rom.8:1; Gal. 5:16), a orar en el Espíritu (Ef. 6:18), a guardar su unidad (Ef.4:3). No debemos apagarlo (1Tes. 5:19) ni contristarlo con nuestras acciones o actitudes (Ef. 4:30; Heb. 10:29); todo eso sí implica nuestro esfuerzo y participación. Y como el texto que nos ocupa en esta ocasión nos indica, debemos procurar ser llenos del Espíritu Santo de Dios.
¿Pero en qué consiste exactamente ser llenos del Espíritu? El verbo empleado en griego (πληρόω) traslada el matiz de llenar un recipiente hasta su capacidad máxima. Colmarlo hasta los topes. Así es como debemos procurar la llenura del Espíritu Santo.
Echemos un vistazo a lo que la Biblia dice expresamente sobre ciertas personas que estaban llenas del Espíritu Santo…
- Lleno del Espíritu, Bezaleel usó al arte de sus manos para crear los enseres del templo. Éxodo 31:3.
- Miqueas fue lleno del Espíritu para denunciar los pecados de su pueblo. Miqueas 3:8.
- Juan el bautista fue lleno del Espíritu aún desde el vientre de su madre. Lucas 1:15.
- Zacarías, su padre, fue lleno del Espíritu y profetizó acerca del ministerio de su hijo, Juan. Lucas 1:67.
- Jesús, lleno del Espíritu Santo tras su bautismo, fue al desierto donde sería tentado. Lucas 4:1.
- Los primeros creyentes de Jerusalén, llenos del Espíritu Santo, salieron a las calles a testificar en el día de Pentecostés. Hechos 2:4.
- Pedro, lleno del Espíritu Santo, confrontó a los mismos líderes judíos que habían pedido la crucifixión de Jesús. Hechos 4:8.
- Los primeros diáconos de la iglesia en Jerusalén llevaron a cabo sus ministerios llenos del Espíritu Santo. Hechos 6:3.
- Esteban, lleno del Espíritu, murió dando testimonio de su fe y perdonando a aquellos que le apedreaban. Hechos 7:55.
Estos son sólo algunos ejemplos de lo que hacen las personas cuando están llenas del Espíritu Santo. Muy poco o nada tiene que ver con entrar en éxtasis o perder el control de lo que haces o dices, tal como algunos afirman. Más bien, a la luz de las Escrituras, aquellos que están llenos del Espíritu sirven, usan su creatividad, testifican del evangelio, confrontan el pecado, se sacrifican y perdonan.
Lo que realmente me parece interesante es que Pablo establezca una contraposición entre el beber vino y el ser lleno del Espíritu Santo. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Porque al final todo se reduce a una cuestión de influencia y control. La pregunta es, ¿qué te controla? O quizá, ¿bajo qué influencia estás actuando?
Cuando una persona habla y actúa bajo los efectos del alcohol, se nota. Cuando un cristiano habla y actúa bajo la llenura del Espíritu Santo, también.
Estar lleno del Espíritu Santo consiste en vivir, actuar y comportarte de tal manera que su presencia influya todas las áreas de tu vida. Tus decisiones, tus relaciones familiares, tus actos, palabras y actitudes, tus afectos, tus deseos, tus anhelos, tus pensamientos.
No es algo opcional, sino un imperativo. Es nuestra responsabilidad como creyentes dejar el Espíritu Santo llene cada área de nuestras vidas de forma progresiva y constante, hasta colmar todo nuestro ser.
Aquí no hay terrenos grises, no existe el espacio exterior ni las aguas internacionales, ya que según la Biblia hay una confrontación directa entre el Espíritu y la carne. O estás bajo la influencia del uno o de la otra…
“16Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. 17Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.”
(Gálatas 5:16–17)
¿Bajo cuál de los dos quieres vivir?
Cómo ser lleno del E.S.
A continuación, encontramos una serie de pautas prácticas relacionadas con la llenura del Espíritu Santo: hablando, cantando y alabando, dando gracias y sometiéndonos.
Cabe preguntarse si estas acciones son el medio para conseguir la llenura del Espíritu Santo o si, por el contrario, son el resultado de ser lleno del Espíritu. Es decir, ¿lo que quiere decir Pablo es que compartir, cantar, alabar… nos ayuda a ser llenos del Espíritu? ¿O es la llenura del Espíritu la que nos produce esos deseos de compartir, cantar, alabar, dar gracias y ser humildes unos con otros?
Personalmente, tras analizar el pasaje, tengo la sensación de que se trata de la primera opción. Es decir, creo que lo que Pablo intenta decirnos es que estas actividades son el medio para ser llenos del Espíritu. Pero a fin de cuentas creo que ambas perspectivas son complementarias y se retroalimentan; como un motor de cilindros en “V” en el que unos pistones potencian el movimiento de los otros. Cuando más practicamos estas cosas, más llenos estaremos del Espíritu; y cuanto más llenos estemos, más deseo tendremos de continuar practicando estas cosas.
Observemos por un momento la estructura gramatical del texto. Hay una oración principal: sed llenos del Espíritu Santo. A continuación, el apóstol añade cuatro oraciones subordinadas que aportan esas pautas que explican cómo ser llenos, o cómo mantenernos dentro de esa esfera de influencia donde podremos dejar que el Espíritu Santo permee cada área de nuestras vidas.
“Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales”
Esta primera frase nos introduce un concepto fundamental de la vida cristiana: la necesidad de una comunidad de hermanos en la fe en la que edificarnos mutuamente. Las palabras “hablando entre vosotros” nos dan a entender que el compañerismo cristiano, el tiempo que invierto para buscar la compañía de mis hermanos en la fe, es esencial para procurar la llenura del Espíritu Santo.
Dicho de otra forma, si quiero estar lleno, si ser influenciado por el Espíritu Santo necesito estar con mis hermanos. Tal como nos recuerda el Salmo 133…
“1¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es Habitar los hermanos juntos en armonía! 2Es como el buen óleo sobre la cabeza, El cual desciende sobre la barba, La barba de Aarón, Y baja hasta el borde de sus vestiduras; 3Como el rocío de Hermón, Que desciende sobre los montes de Sion; Porque allí envía Jehová bendición, Y vida eterna.”
(Salmo 133)
Debo preguntarme entonces… ¿Cuánto tiempo de mi agenda semanal invierto en buscar la compañía de mis hermanos? ¿Cuánto de ese tiempo se traduce en una verdadera relación fraternal, cercana e íntima? De poco sirve que me ponga mi mejor camisa y ofrezca una amplia sonrisa a todo el que nos pregunta cómo estoy, si no estoy dispuesto a abrir mi corazón y mi vida a los demás, y dejarles saber cómo estoy de verdad.
Todo bien, gracias… Pero quizá no todo está bien.
No se trata de ir publicando tus intimidades a los cuatro vientos (he conocido personas que lo hacen…). Pero es necesario ir un poco más allá de la superficie y conseguir cierto grado de confianza con otros hermanos, maduros en la fe, que conozcan nuestras luchas, que puedan orar por nosotros, que tengan la suficiente confianza como para hacer las preguntas difíciles y pedirnos cuentas.
El texto nos anima a hablar entre nosotros. Lejos de ser un asunto trivial o secundario, debemos poner mucha atención a las conversaciones que mantenemos. Ya nos avisa Santiago del poder de la lengua…
“3He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. 4Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. 5Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!”
(Santiago 3:3–5)
Es decir, tus palabras tienen un enorme potencial. Con nuestra lengua podemos hacer mucho bien o mucho mal, podemos edificar o podemos destruir, podemos sanar o podemos herir.
Además, el texto nos habla de salmos, himnos y cánticos espirituales. ¿En qué consiste esto? En cuanto los salmos no hay duda, se refiere a las composiciones de David y otros autores que en el libro de los Salmos de nuestras Biblias.
En cuanto a himnos y cánticos espirituales, es difícil saber con exactitud a qué se refiere el apóstol. Algunos comentaristas afirman que se trataba de canciones de reciente composición que ensalzaban la gloria de Cristo, o de recitaciones de carácter lírico que en un momento dado se compartían en las reuniones.
En cualquier caso, son conceptos que nos introducen en el terreno de la adoración. Adorar juntos a Dios es una actividad trascendental y, de nuevo, con un potencial enorme.
Caber preguntarse, ¿por qué cantamos en la iglesia?, ¿por qué dedicamos una parte sustancial de nuestro tiempo juntos para entonar cánticos a Dios? Porque la alabanza es mucho más que un mero preámbulo de la predicación.
La Biblia está repleta de exhortaciones que nos apelan a cantar alabanzas a Dios continuamente, en toda circunstancia, de todo corazón, con todos los instrumentos…
“1Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. 2Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo. 3Reconoced que Jehová es Dios; El nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. 4Entrad por sus puertas con acción de gracias, Por sus atrios con alabanza; Alabadle, bendecid su nombre. 5Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, Y su verdad por todas las generaciones.”
(Salmo 100)
La música es una creación poderosa de Dios, tiene la capacidad de mover el corazón de una forma especial, de tocar fibras muy sensibles. La música tiene tanta energía, tanta capacidad, que con ella podemos emocionarnos, enamorarnos, desahogarnos… o hasta enfadarnos… Este es el motivo por el que debemos darle a la música la importancia que verdaderamente tiene, y emplearla bien.
¿Qué tipo de música suele escuchar en tu día a día? Hay muchos estilos diferentes y todos ellos son lícitos. Si alguna vez has oído que determinado tipo de música es pecado, creo que es un error. El estilo no está ni bien ni mal, sólo es un estilo. A donde yo creo importante poner atención es al mensaje, porque eso es lo que verdaderamente influye. Estoy convencido de que cuando un mensaje es proclamado con música, llega más rápido y más profundo al corazón.
Por eso, cuando alabamos juntos a Dios reconociendo su gloria y proclamando sus obras, reconfortamos el corazón. Por tanto, implícate a conciencia cuando adoramos juntos a Dios, porque eso te ayudará a mantener tu vida bajo la influencia del Espíritu Santo.
“Cantando y alabando con vuestro corazón al Señor”
Esta siguiente frase nos abre la puerta hacia la dimensión personal de la adoración. En efecto, adorar a Dios es mucho más que cantar en la iglesia, es una actividad que esencialmente nace de dentro, de lo más profundo de tu ser. De lo contrario, corremos el peligro de caer en el mismo error que confrontaba el profeta Isaías…
“13Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;”
(Isaías 29:13)
El Señor usó a este profeta para denunciar algo importante: cuando lo que hacemos para adorar a Dios, por muy excelente que sea, no nace del corazón, entonces pierde todo su sentido.
Adorar a Dios va más allá de lo que hacemos en nuestras reuniones. Adorar es una forma de vida, una vida cuya esencia es una relación personal, intencional, con mi creador y redentor. Una vida que se traduce en amar a Dios, en buscar su presencia en la intimidad, en un deseo genuino de conocer más su palabra y vivir de una forma agradable a Él.
Sólo así cobrará sentido buscar la compañía de mis hermanos y cantar juntos a Dios.
“Dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre”
La Biblia insiste en varios lugares en que debemos dar gracias a Dios en todo.
“16Estad siempre gozosos.17Orad sin cesar.18Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.”
(1 Tesalonicenses 5:16–18)
“6Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.”
(Filipenses 4:6)
Las exhortaciones son claras: siempre gozosos, siempre dando gracias por todas las cosas.
Pero yo me pregunto, ¿cómo puedo dar gracias a Dios por mis problemas, o por las situaciones que me provocan una gran frustración o me causan un gran dolor? Cuando tengo problemas en mi matrimonio, cuando tengo una bronca en el trabajo, cuando caigo enfermo, cuando la vida se me complica de mil maneras… ¿Cómo se supone que debo estar agradecido y gozoso?
Todo se reduce de una cuestión de confianza y obediencia. Cuando doy gracias a Dios por todo, incluyendo mis problemas, estoy aceptando el señorío de Cristo sobre mi vida, estoy diciendo al Señor “hágase tu voluntad” y estoy confiando en que sus planes para mí son mucho mejores de lo que yo acierto a vislumbrar, pedir o comprender.
Por tanto creo que Pablo da en el clavo cuando nos anima a cultivar la gratitud en nuestras vidas, porque en ello estarás un paso más cerca de la llenura del Espíritu Santo.
“Sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo.”
Por último, el apóstol añade estas palabras que funcionan como nexo con la sección siguiente. Algunas Biblias, como la Reina-Valera 1960, separan esta frase de lo anterior, pero la gramática del pasaje nos invita a verla como parte de las pautas para procurar la llenura del Espíritu Santo. “Sometiéndonos unos a otros”.
En definitiva, lo que esto significa es que debemos desarrollar un carácter de humildad y sencillez de corazón, el cual debe irradiar nuestra forma de ser en todas las facetas de la vida cotidiana. Cuando trato con mi cónyuge, con mis hijos, mis hermanos, mis padres, mis profesores, mis jefes… debo hacerlo con humildad, dándoles más importancia, ofreciendo la otra mejilla…
Entiendo que esto te puede parecer injusto, y que de hecho puede serlo en muchas circunstancias. Y no me entiendas mal, no es que tengamos que dejar que los demás abusen de uno todo el tiempo. Más bien se trata de desarrollar un carácter, un carácter humilde como el de Cristo. Que pelear por “lo tuyo” no sea tu primera reacción, sino más bien el ser sencillo, humillarse.
Y cuando nos resulte un poco difícil, atesoremos promesas como esta…
“5 […] Todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes. 6Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; 7echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.”
(1 Pedro 5:5–7)
Al igual que sucede con la gratitud, la humildad también es una cuestión de confianza y obediencia. Cuando me humillo reconozco que hay un Dios por encima de todas las cosas, un Dios que ve lo que me pasa y comprende cómo me siento, y al cual encomiendo mi vida y mis circunstancias.
Por eso, aunque puede que sea algo tremendamente chocante e impopular, el Señor nos invita a ser humildes y confiar en que Dios nos reivindicará cuando llegue el momento.
Así actuó Cristo, según las Escrituras Él se humilló y no abrió su boca para defenderse cuando fue a la cruz, injustamente, soportándolo todo por amor a nosotros.
Conclusión
Hemos visto cómo Pablo nos exhorta a diferenciarnos de aquellos que aún no le conocen. En vez saciar nuestra sed vital en el vino, en otras sustancias o experiencias, debemos procurar la llenura del Espíritu Santo. Es decir, debemos permanecer en esta área de influencia en la que poco a poco irá llenando, sanando, transformando todas las áreas de nuestra vida.
Para ello, pasar tiempo con mis hermanos en la fe es una de las claves más importantes. Apartemos tiempo para compartir con mis hermanos, adoremos juntos, y hagámoslo de corazón. Procuremos cultivar una vida de adoración. Procuremos cultivar un carácter agradecido y humilde, como el de Cristo.
Nos despedimos con algunas preguntas de reflexión.
- ¿Es mi vida diferente de la de aquellos que me rodean?
- ¿A dónde acudo cuando mi alma tiene sed?
- ¿Mi forma de vivir se corresponde a la influencia del Espíritu o a la de la carne?
- ¿Estoy orando y procurando que el E.S. haga su obra en cada una de las áreas de mi vida personal?
- ¿Estoy verdaderamente involucrado en mi iglesia?
- ¿Busco comunión con mis hermanos más allá de los domingos en la mañana?
- ¿Estoy verdaderamente dispuesto a confiar en Dios y darle gracias por todo?
- ¿Estoy dispuesto a ser humilde y esperar en Dios?